La historia y las HABILIDADES BLANDAS en el Perú.

Por: Hans Gutierrez. Director de DH
Este conjunto de ideas que paso a describir, ensayan interpretaciones, que muestran desde la perspectiva histórico-cultural, las consecuencias psicológicas de la adaptación a la conquista española y el porqué de ciertas actitudes y comportamientos del peruano promedio en el desarrollo de sus habilidades blandas para su mejor interacción.
Preguntas “gatilladoras”:
¿Somos una sociedad a la que se le hace fácil desarrollar sus habilidades blandas?.
¿Qué formas de protección crea nuestra mente ante el dolor?.
¿Cómo el dolor histórico afectó nuestra identidad?.
Siglo XXI. La necesidad de habilidades blandas.
Entendemos por Habilidades Blandas a las capacidades desarrolladas naturalmente por las personas para vincularse, interactuar en grupos y especialmente el relacionamiento con las y los compañeros de trabajo. Estos atributos o destrezas que forman parte de la personalidad de cada individuo determinará su idoneidad para el éxito en determinado puesto de la organización.
Las Habilidades blandas, también conocidas antaño como habilidades sociales o habilidades interactivas fueron fuente de inspiración para maestros y padres de familia que soñaban ver a sus pupilos desenvolverse solventemente en cualquier espacio social, siendo este logro el sinónimo de pronto éxito en la vida adulta.
En el libro la Tercera Ola, Alvin Toffler, sugiere el desarrollo de la Era de la Información, que la describe como una etapa de cambio ligada a las tecnologías. Dentro de ésta, la humanidad experimenta un radical viraje para la obtención de riqueza por lo que, entre otras, las organizaciones encontrarán en la digitalización el medio que abanderará la transformación de la economía, haciendo que la comunicación e información sean los grandes vehículos para acceder a nuevas formas de abundancia. Para este proceso se requerirá de personas con flexibilidad para la adaptación, para la innovación y la revolucionaria colaboración en los equipos: Por eso, son ahora tan necesarias las habilidades blandas.
Siglo XX: Desde los “pitucos”, “desenvueltos” y “criollazos” hasta los “chunchos”
La pregunta es… ¿las y los peruanos destacan por sus habilidades blandas?. Es decir, ¿somos socialmente desenvueltos?
Para los padres de familia desde los 50’s tener hijos sin estas habilidades fueron y son motivo de comentarios justificatorios para sortear la evidencia vergonzante de una crianza mediocre. “Es un chuncho“, decían los adultos. “Ser desenvueltos” en cambio era sinónimo de una acertada formación familiar.
Una carga adicional, a estos calificativos de la época, es la multitudinaria aparición de migrantes provenientes del ande, que buscando oportunidades inundaron la capital forjando anillos de pobreza, luego convertidos en pueblos jóvenes y que posteriormente dieron paso a los conos de Lima.
Y ¿qué es un “chuncho“? …acá viene lo bueno!
Chuncho, en el imaginario colectivo peruano, es aquel indígena, oriundo del monte, a quien los andinos “acriollados” despectivamente le atribuían características tales como la de incivilizado, tímido, rústico o huraño.
Este sustantivo, “chuncho“, tan popularizado por nuestra cultura, estigmatizó de un plumazo a generaciones de niños y niñas que golpeados en su autoestima, irremediablemente se ahogaban en la timidez de la que justamente huían. Y es que chuncho/a denotaba la incapacidad o debilidad para vincularse con otros, acercándolos a una categoría de persona indeseable por sus tenues habilidades para vincularse: el indio.
Y, a qué se debe este desprecio a lo indio?, continuemos hurgando en la historia de nuestra cultura: en los 50’s y 60’s se desarrolló una llamativa mixtura social, con epicentro en Lima, la del tradicional criollo limeño, trasnochador, pícaro y jaranero, de valses, polkas y marineras, con el cholo pujante, trabajador y sacrificado de huaynos, yunzas y fiestas costumbristas, quienes forjaron una cultura nueva “LA CULTURA CHICHA”, enriquecida por fuentes de vida tales como la búsqueda de sobrevivencia, la criollada (viveza /picardía) y una soterrada discriminación a lo andino.
En ese contexto, aparecen figuras emblemáticas, fruto de esta fusión social: “el achorado”, “el criollazo” y “el pituco”, donde El achorao resulta ser un personaje andino con pinta de “choro” (ratero) por lo que se visualiza como ladrón, ladino y peligroso . El criollazo, es más bien el personaje locuaz, con hartos recursos comunicacionales aunque de cuidado por falaz y engatusador. Mientras que “El pituco”, también conocido como “blanquiñoso” representa a la etnia dominante de piel blanca, ojos claros y socialmente encumbrado a quien se le atribuye las características de discriminador, adinerado y explotador.
Siglo XVI: La conquista
El nuestro, es un país con una historia de 500 años de dolorosa y cruel adaptación al pensamiento español.

La riquísima cultura de nuestros incas fue esclavizada y por ende obligada ceder al invasor el poder de su propio imperio, a creer en lo no creíble y adquirir costumbres de sobrevivencia ante el exterminio.
La brutal imposición de este sangriento cambio cultural que trajo la conquista, una suerte de émbolo colosal que durante siglos no dejó de comprimir nuestros pensamientos hasta transformarnos en lo que somos hoy. Estas consecuencias que ahora descubrimos en nuestros gestos y decisiones cotidianas son los rezagos de ese dolor histórico que fue la colonización y que influyen actualmente en nuestro comportamiento haciéndonos seres tan particulares.
Ya lo decía, Eric Berne, el creador del universalísimo Análisis Transaccional, al señalar que ante la presencia de una figura parental histórica (en este caso el PADRE) que por diversas razones hace manifiesta una marcada hostilidad, que incluso amenaza la vida del NIÑO, generará en éste último dos caminos para su adaptación o sobrevivencia: El NIÑO adaptado sumiso y el NIÑO adaptado rebelde.
Como se observa, la adaptación a la que tuvo que acogerse, la población inca ante el “Padre” español de aquel entonces, se bifurcó en dos caminos:
a) La sumisión frente al gobernante opresor:
Esta característica que marca una posición existencial, como dice Berne, frente al Padre Crítico (-), obligó a peruano de aquel entonces a evitar el duro castigo a través de una serie de conductas nacidas del miedo, siendo éstas las de renuncia a su identidad para mostrar una ladina condescendencia que podría acabar con el favor o beneficio que significa mantener la vida. Esta actitud servil, que le llevó a asumir en gran medida la cultura española le fue de gran utilidad para tolerar esa terrible realidad con el menor de los sobresaltos posibles.
Ejemplos de conducta sumisa: “Amo España”, “Lo foráneo siempre será mejor”, “Gracias a tu cultura ahora somos superiores”, “¡No soy indio, soy orgullosamente blanco!”
Es en este contexto de marcada sumisión es que aparece el desprecio a lo indio, a lo no civilizado …a lo chuncho.
b) La rebeldía desestabilizadora
La rebeldía es sinónimo de desacato y desobediencia, acaso sublevación contra la autoridad. Frente al yugo español, obviamente aparecieron rebeldías que fueron sofocadas con trágicos maltratos y muertes ejemplarizantes. Estas y estos rebeldes que ejercían liderazgos y comunicaban al resto su inconformidad ante la imposición del depredador hispano fueron brutalmente debilitados o aniquilados haciendo inalcanzable la idea de libertad, la misma que fue lograda solo tres siglos después.

Ejemplos de conducta rebelde: “Te escucho…pero no creo en ti“. “Digo que te creo, pero por dentro te invalido“. “Te miro atento pero en realidad no miro a tus ojos“, “Afirmo que haré lo que me pides, pero al final no lo haré o lo haré mediocremente”
En este contexto de soterrada rebeldía aparece el peruano impertérrito, que no muestra interés o emoción alguna. No se perturba y más bien moviliza otras habilidades como desestabilizar a todo aquel que ejerza el poder representado en personas de piel blanca o foráneas. Un “mandato mental” o “atribución” heredada culturalmente, aceptada como rebelde aunque no profundamente comprendida ni racionalizada.
La desconfianza nacional y la adaptación (sumisa o rebelde) hacia lo racialmente blanco y al que ejerce el poder o dominio, son cicatrices marcadas hondamente en lo peruano y es probablemente una de los condicionantes más influyentes de nuestra historia, tal vez infranqueable para sentir fe en el cambio y así ser partícipes de un proceso de “riesgosa” modernidad. Hasta llegar a eso solo encontraremos una profunda incredulidad.
¿Qué hacer?
Para generar el cambio será imprescindible gestar equipos que promuevan el desarrollo de habilidades blandas, pero basadas en la absoluta confianza. La anhelada cultura colaborativa, requiere de personas capaces de ceder el poder para compartirlo (por ahora es casi una utopía en el Perú), que tengan fe en el potencial de su equipo, que respeten y tengan palabras de aliento para fomentar el espíritu colaborativo del resto. Con la capacidad de crear y construir junto a los demás.
Lo conversaba hace poco con un amigo europeo, ahora radicado en Perú -que se especializa en el trabajo con equipos a través del mentado cambio cultural– el mismo que intrigado no termina de entender qué hace diferente al peruano promedio al relacionarse con otros. Obviamente, no solo hablamos de algunas actitudes. Hablamos de la cultura nuestra que nos hace como somos y que nos hace tan particulares para todo lo que significa trabajo en conjunto.

Estamos en el 2020 y los aires de la transformación ágil cultural en las grandes empresas de Lima empiezan a parecer ventarrones huracanados con términos sexys en inglés, que nos conducen al inevitable cambio para no morir por antiguo y caduco, en esta era digital. Se escuchan coros de voces anhelantes y entusiasmadas exquisitamente técnicas …pero tampoco escucho gritos triunfantes.
Tengo la impresión que la esperada transformación cultural-empresarial corre el grave riesgo de convertirse en una adaptación más. Y, aunque de sus artífices escucho palabras llenas de esfuerzo y alegría por las herramientas inventadas, por los cálculos ingenieriles o por sus ingeniosas estrategias temo que éstas provengan desde la misma esencia del sobreviviente histórico peruano y que las ideas que articulen los cambios para mejores prácticas de vida finalmente se pierdan o evaporen en poco tiempo.
Sueño con un Perú libre de estos juegos psicológicos producto del dolor ancestral. Sueño con un peruano y peruana libre de miedos y capaces de transformarse con fe y profundizarse de tanto retarse. Sueño con grupos que florezcan sin boicotearse ciegamente. Sueño con organizaciones sólidas y modernas que crezcan inteligentemente haciendo de nuestro país el lugar feliz donde los límites son siempre alcanzables y las habilidades blandas así como otras muestras de modernidad se puedan lograr, solo hay que trabajar determinando cómo y por dónde.
Hagamos transformación pero considerando los diversos matices y condicionantes de nuestra cultura y sus insospechados caminos. La facilitación profunda que mira desde las raíces históricas de nuestra cultura es una flamante posibilidad. Despejemos el camino… hay metas, que como población, tenemos y podemos conquistar.